Podemos definir los valores como aquellos principios, virtudes o cualidades que caracterizan a una persona o acción y que se consideran positivos o de gran importancia para el buen funcionamiento de un grupo social. Estos motivan a las personas a actuar de determinada manera, ya que forman parte de un sistema de creencias que determina su comportamiento y los ayuda a expresar sus preferencias y emociones. Los valores humanos se distinguen de todos los demás por su mayor reconocimiento e influencia en la sociedad; el respeto, la tolerancia, la bondad, la solidaridad, la amistad, la honestidad, el amor, la justicia y la libertad son solo algunos ejemplos de lo que consideramos bueno y respetable en nuestra vida diaria.
Los cuentos y las fábulas son una gran herramienta para expresar y aprender de una manera diferente y entretenida sobre este tema, mostrándonos de manera ligera diferentes conceptos sobre cada uno de los valores. Son ideales para niños y adultos que desean aprender, es por ello que hoy en Procrastina Fácil te traemos una lista con 10 cuentos que, enmarcados en un ambiente sencillo, cumplen con la misión de dejarnos varias enseñanzas.
Cuentos con valores
1. Pedro y el lobo (Sergei Prokofiev)
Érase una vez un pequeño pastor que se pasaba la mayor parte de su tiempo paseando y cuidando de sus ovejas en el campo de un pueblito. Todas las mañanas, muy tempranito, hacía siempre lo mismo. Salía a la pradera con su rebaño, y así pasaba su tiempo.
Muchas veces, mientras veía pastar a sus ovejas, él pensaba en las cosas que podía hacer para divertirse. Como muchas veces se aburría, un día, mientras descansaba debajo de un árbol, tuvo una idea. Decidió que pasaría un buen rato divirtiéndose a costa de la gente del pueblo que vivía por allí cerca, haciendo burlas. Se acercó y empezó a gritar:
- ¡Socorro, el lobo! ¡Qué viene el lobo!
La gente del pueblo cogió lo que tenía a mano, y se fue a auxiliar al pobre pastorcito que pedía auxilio, pero cuando llegaron allí, descubrieron que todo había sido una broma pesada del pastor, que se deshacía en risas por el suelo. Los aldeanos se enfadaron y decidieron volver a sus casas.
Cuando se habían ido, al pastor le hizo tanta gracia la broma que se puso a repetirla. Y cuando vio a la gente suficientemente lejos, volvió a gritar:
- ¡Socorro, el lobo! ¡Que viene el lobo!
La gente, volviendo a oír, empezó a correr a toda prisa, pensando que esta vez sí que se había presentado el lobo feroz, y que realmente el pastor necesitaba de su ayuda. Pero al llegar donde estaba el pastor, se lo encontraron por los suelos, riéndose de ver cómo los aldeanos habían vuelto a auxiliarlo. Esta vez los aldeanos se enfadaron aún más, y se marcharon terriblemente enfadados con la mala actitud del pastor, y se fueron enojados con aquella situación.
A la mañana siguiente, mientras el pastor pastaba con sus ovejas por el mismo lugar, aún se reía cuando recordaba lo que había ocurrido el día anterior, y no se sentía arrepentido de ninguna forma. Pero no se dio cuenta de que, esa misma mañana se le acercaba un lobo. Cuando se dio media vuelta y lo vio, el miedo le invadió el cuerpo. Al ver que el animal se le acercaba más y más, empezó a gritar desesperadamente:
- ¡Socorro, el lobo! ¡Que viene el lobo! ¡Qué se va a devorar todas mis ovejas! ¡Auxilio!
Pero sus gritos han sido en vano. Ya era bastante tarde para convencer a los aldeanos de que lo que decía era verdad. Los aldeanos, habiendo aprendido de las mentiras del pastor, de esta vez hicieron oídos sordos. ¿Y lo qué ocurrió? Pues que el pastor vio como el lobo se abalanzaba sobre sus ovejas, mientras él intentaba pedir auxilio, una y otra vez:
- ¡Socorro, el lobo! ¡El lobo!
Pero los aldeanos siguieron sin hacerle caso, mientras el pastor vio como el lobo se comía unas cuantas ovejas y se llevaba otras tantas para la cena, sin poder hacer nada, absolutamente. Y fue así que el pastor reconoció que había sido muy injusto con la gente del pueblo, y aunque ya era tarde, se arrepintió profundamente, y nunca más volvió burlarse ni a mentir a la gente.
Moraleja: “Evita a toda costa la mentira, porque el día que decidas hablar con la verdad nadie te creerá”.
2. Uga la tortuga (Anónimo)
- ¡Caramba, todo me sale mal! – se lamentaba constantemente Uga, la tortuga.
Y es que no es para menos: siempre llega tarde, es la última en acabar sus tareas, casi nunca consigue premios por su rapidez y, para colmo, es una dormilona.
- ¡Esto tiene que cambiar! – se propuso un buen día, harta de que sus compañeros del bosque le recriminaran por su poco esfuerzo al realizar sus tareas.
Y es que había optado por no intentar siquiera realizar actividades tan sencillas como amontonar hojitas secas caídas de los árboles en otoño o quitar piedrecitas del camino hacia la charca donde chapoteaban los calurosos días de verano.
- ¿Para qué preocuparme en hacer un trabajo que luego acaban haciendo mis compañeros? Mejor es dedicarme a jugar y a descansar.
- No es una gran idea – dijo una hormiguita. – Lo que verdaderamente cuenta no es hacer el trabajo en un tiempo récord; lo importante es acabarlo realizándolo lo mejor que sabes, pues siempre te quedará la recompensa de haberlo conseguido.
No todos los trabajos necesitan obreros rápidos. Hay labores que requieren tiempo y esfuerzo. Si no lo intentas, nunca sabrás lo que eres capaz de hacer y siempre te quedarás con la duda de si lo hubieras logrado alguna vez.
Por ello, es mejor intentarlo y no conseguirlo que no probar y vivir con la duda. La constancia y la perseverancia son buenas aliadas para conseguir lo que nos proponemos. Por ello, yo te aconsejo que lo intentes. Hasta te puede sorprender de lo que eres capaz.
- ¡Caramba, hormiguita, me has tocado las fibras! Esto es lo que yo necesitaba: alguien que me ayudara a comprender el valor del esfuerzo. Te prometo que lo intentaré.
Pasaron unos días y Uga la tortuga se esforzaba en sus quehaceres. Se sentía feliz consigo misma porque cada día conseguía lo poquito que se proponía porque era consciente de que había hecho todo lo posible por lograrlo.
- He encontrado mi felicidad: lo que importa no es marcarse grandes e imposibles metas, sino acabar todas las pequeñas tareas que contribuyen a lograr grandes fines.
Moraleja: “Es mejor intentar y ver de lo que eres capaz que quedarte con la duda de por vida. El tiempo es relativo, sigue tu propio ritmo y lograrás alcanzar tus objetivos”.
3. El león y el ratón (Esopo)
Había una vez un león que dormía junto a un árbol. Un día, un ratón se acercó a él y comenzó a correr arriba y abajo sobre su cuerpo, lo que lo despertó. Enfurecido, el león puso su enorme pata sobre el ratón y abrió sus grandes mandíbulas para comérselo. Pero el ratón le pidió perdón y le prometió que algún día podría ayudarlo. El león, emocionado ante la idea de que el ratón pudiera hacer algo por él, lo dejó ir. Algún tiempo después, el león cayó en una trampa y fue capturado por cazadores que lo ataron a un árbol mientras buscaban un carro para llevarlo. En ese momento, el ratón pasó por allí y, al ver la triste situación del león, se acercó a él y rápidamente royó las cuerdas que lo ataban. Desde entonces, el león le permitió al ratón trepar sobre su lomo y le estuvo eternamente agradecido.
Moraleja: “No subestimes a los demás por su apariencia y sé amable con los demás, ya que podrían hacer algo bueno por ti en el futuro.”
FIN
4. El escorpión y la rana (Esopo)
Un escorpión y una rana estaban junto a una charca. El escorpión quería cruzar al otro lado pero no sabía cómo, así que le pidió a la rana que lo llevara en su espalda. La rana estaba asustada porque sabía que el escorpión tenía una picadura venenosa, pero el escorpión le aseguró que no la picaría porque ambos morirían ahogados en el agua. La rana aceptó y comenzaron a cruzar la charca. Sin embargo, en la mitad del camino, el escorpión picó a la rana. Mientras ambos se ahogaban, la rana le preguntó al escorpión por qué lo hizo, a lo que el escorpión respondió que no podía evitarlo, ya que era su naturaleza.
Moraleja: “Ten cuidado con aquellos que siempre actúan de manera destructiva, incluso si parecen amables y bien intencionados”.
FIN
5. Un agujero en la luna (Pedro Pablo Sacristán)
Había una antigua leyenda que contaba que durante una época de gran calor, la gran montaña nevada perdió su manto de nieve y, con él, toda su alegría. Como resultado, sus riachuelos se secaron, sus pinos se murieron y la montaña se cubrió de una triste roca gris. La Luna, siempre llena y brillante, quería ayudar a su buena amiga, pero como tenía mucho corazón pero muy poco cerebro, no se le ocurrió otra cosa que hacer un agujero en su base y soplar suave para que una pequeña parte del mágico polvo blanco que le daba su brillo cayera sobre la montaña en forma de nieve suave.
Una vez que se abrió el agujero, nadie pudo taparlo. Pero a la Luna no le importó. Siguió soplando y, después de varias noches vaciándose, perdió todo su polvo blanco. Sin él, estaba tan vacía que parecía invisible, y las noches se volvieron completamente oscuras y tristes. La montaña, apenada, quiso devolver la nieve a su amiga, pero como era imposible hacer que nevase hacia arriba, se incendió por dentro hasta convertirse en un volcán. Su fuego transformó la nieve en un denso humo blanco que subió hasta la luna, rellenándola un poquito cada noche hasta que volvió a verse completamente redonda y brillante. Sin embargo, cuando la nieve se acabó y con ella el humo, el agujero seguía abierto en la Luna, obligada de nuevo a compartir su magia hasta vaciarse por completo.
Viajaba con la esperanza de encontrar otra montaña dispuesta a convertirse en volcán, cuando descubrió un pueblo que necesitaba urgentemente su magia. No tuvo fuerzas para frenar su generoso corazón y sopló sobre ellos, llenándolos de felicidad hasta apagarse ella misma. Parecía que la Luna no volvería a brillar, pero al igual que la montaña, el agradecido pueblo también encontró la forma de hacer nevar hacia arriba. Igual que hicieron los siguientes, y los siguientes, y los siguientes…
Y así, cada mes, la Luna se reparte generosamente por el mundo hasta desaparecer, sabiendo que en unos pocos días sus amigos hallarán la forma de volver a llenarla de luz.
La moraleja es que la generosidad y la bondad pueden ayudar a muchos en momentos de oscuridad. FIN.
6. De sonrisa en sonrisa (Maén Puerta)
Una mañana, Patricia se despertó asustada por un sueño que había tenido. Soñó que a todas las personas que conocía se les había borrado la sonrisa.
Estaba rodeada de gente muy triste, con caras alargadas, con el ceño fruncido, con rostros llenos de amargura, cosa que no le agradó nada.
Hasta su mamá, que era muy alegre y siempre tenía un chiste para compartir, solo gritaba y mostraba mal humor.
De igual manera su padre y hermano; por no hablar de la maestra, que tenía un rostro de estatua, y sus compañeros de clase, quienes ni con una broma reían.
Esto angustió mucho a Patricia, ya que siempre pensaba que la sonrisa era la forma natural de comunicarse para entender al amigo, al hermano y a los padres.
Esto lo pensaba debido a que sus mejores ratos los había vivido cuando todos los miembros de la familia se reían, y sabía lo importante que era ese pequeño gesto para mantenerse unidos y comunicarse.
Patricia cada vez se sentía más sola e incomprendida, nadie sonreía a su alrededor e incluso ella llegó a dejar de sonreír y comenzó a llorar, temiendo que nunca volvería a ver feliz a nadie.
Pero llegó al punto de que el susto invadió todo su cuerpo y de repente se despertó. Se dio cuenta de que estaba en su cama, a salvo, y dijo:
– Bufff….Menos mal que solo fue un sueño.
En ese momento su mamá llegó a la cama con el desayuno y una tremenda sonrisa, dándole un beso y diciéndole que el día hay que empezarlo feliz.
Moraleja
“Descubrir la felicidad en uno mismo es una experiencia positiva, así como transmitirla a los demás con una sonrisa permanente”
FIN
7. Una amistad de verano (anónimo)
Marcos y Diana son dos niños de unos 10 años. Marcos vive en Madrid y sus padres han decidido que vaya a un campamento para hacer nuevos amigos, aunque el niño no parece muy convencido con esa idea.
Por otro lado, Diana vive en Galicia y es una niña extrovertida que siempre está dispuesta a vivir nuevas aventuras. Este año ha sido ella quien ha convencido a sus padres para que la lleven a un campamento nuevo que han abierto en Alicante. Sus amigos le han hablado de todas las actividades que tienen y que, al menos en un par de ocasiones, les llevarán a la playa a pasar el día, algo que a ella le encanta.
Tirolinas, paseos en barca, juegos e historias al calor de una hoguera le esperan y Diana está impaciente por probarlo todo.
Llega el día en que los niños emprenden su viaje al campamento y a su llegada, ambos se encuentran en la bajada del autobús. Se despiden de sus padres hasta dentro de quince días, que son los que dura su estancia allí, y Diana nota que el niño con el que se acaba de encontrar no está muy alegre por haber llegado.
Una vez que se van los padres, la niña decide ir a hablar con él e intentar ayudarle a hacer su estancia más agradable.
-Hola, soy Diana. ¿Por qué estás tan triste? -le pregunta con curiosidad. -¿No te gustan los campamentos?
– No lo sé, es la primera vez que vengo a uno y no conozco a nadie -contesta Marcos tímidamente.
-Pero… tendrás un nombre, ¿no? -le pregunta con una sonrisa.
-Sí, perdona. Mi nombre es Marcos y ya empiezo a echar de menos a mis padres. ¿Tú no?
-Claro que sí, pero también quiero divertirme y hacer nuevos amigos -le contesta la niña muy segura-. Dale una oportunidad y verás cómo te acaba gustando.
Marcos acaba haciéndole caso a Diana y, poco a poco, empieza a relacionarse con otros niños del campamento, al mismo tiempo que su amistad con Diana se va haciendo más fuerte. Marcos admira lo extrovertida que es su nueva amiga, que en cuestión de horas ya ha hecho su grupo de nuevas amigas, algo que a él le ha costado algún día más.
A pesar de que por las noches duermen en cabañas separadas, siempre encuentran un ratito para jugar juntos o sentarse el uno al lado del otro en las noches que cuentan historias junto al fuego. Incluso en las visitas que hacen a la playa, aprovechan para jugar juntos en la arena, haciendo castillos o enterrándose las piernas para ver quién consigue sacarlas antes.
Los días pasan volando y, casi sin darse cuenta, llega el día en que ambos amigos tienen que volver a casa. Poco queda del niño tímido que llegó sin ganas al campamento y ahora Marcos disfruta de todo cuanto le proponen los monitores.
Gracias a su amiga Diana, ha aprendido a disfrutar de las cosas nuevas que puede encontrar en un lugar lejos de casa. Pero la despedida se acerca y hay muchos kilómetros que les separan.
-¿Cómo haremos para vernos de nuevo?- pregunta Marcos con tristeza.
– Aunque vivamos lejos, podemos escribirnos. – le contesta Diana intentando disimular que ella también está un poco apenada. – Además, también podemos hablarnos por teléfono.
– Sí, pero… no podremos jugar juntos. – insiste Marcos.
– Podemos hablar con nuestros padres y que nos traigan aquí todos los años.
– ¡Eso sería una gran idea! – exclama Marcos con una gran sonrisa.
– Y en vacaciones, podemos convencerles para pasar, al menos una semana juntos. Un año en Madrid y otro en Galicia. – sigue Diana entusiasmada.
Mucho más alegres con todo lo que se les ha ocurrido para proseguir su amistad en la distancia, los dos amigos se disponen a recoger su pequeño equipaje y a recibir a sus padres que están a punto de llegar.
En el momento en que se encuentran, Marcos corre hacia sus padres y, mirando atrás, le guiña un ojo a Diana que está contando a los suyos los planes que han trazado los dos amigos para verse de nuevo.
– ¡Mamá, papá! Quiero volver aquí otra vez. – les dice Marcos abrazándoles.
– ¿Y ese cambio de opinión? – le pregunta su padre sorprendido.
– Tengo una nueva amiga, se llama Diana y me ha enseñado un montón de cosas. – les explica el niño entusiasmado.
Marcos les cuenta todo lo que han hecho en el campamento, lo triste que estaba al principio, todo lo que les ha enseñado Diana, y los planes que tienen para volver a encontrarse el próximo año. Sus padres están contentos de verle tan feliz y prometen pensar en la posibilidad de repetir la experiencia el próximo verano.
Mientras tanto, en Galicia, Diana hace lo mismo con sus padres. Les cuenta todas las aventuras que ha vivido en el campamento, cómo ha conocido a su nuevo amigo Marcos y los planes que han hecho para verse de nuevo.
Al final, los dos niños se dan cuenta de que, aunque viven lejos el uno del otro, tienen una amistad especial que puede superar cualquier distancia. Y así, cada uno regresa a su casa, con la ilusión de volver a encontrarse pronto y disfrutar de nuevas aventuras juntos.
8. El brazalete espacial (anónimo)
Érase una vez un niño llamado Teodoro que era muy inteligente y alegre, aunque muchas veces se ponía muy triste porque, a pesar de sus ocho años, no era tan alto como el resto de sus amigos. “Aun te quedan muchos años más para crecer”, decía su mamá siempre pacientemente. Pero para Teodoro el tiempo pasaba demasiado lento, y él quería ser ya lo suficientemente alto como para alcanzar todos los estantes de la cocina, llegar hasta la parte superior de los pizarrones del colegio e incluso, ser increíblemente alto como para alcanzar también una canasta de básquet con tan solo un salto. Pero lo cierto es que aún era muy bajito y apenas lograba alcanzar el lavamanos del baño.
Un día, Teodoro escuchó la historia de un hombre que podía cambiar y verse del tamaño de una hormiga gracias a un extraño invento espacial utilizado para hacer muy pequeñita la comida en los viajes de los astronautas. Esto emocionó tanto a Teodoro que se puso a investigar sobre cómo lograrlo, y pasó horas probando muchas cosas posibles que leía en los libros para lograr crear esa máquina espacial capaz de cambiar su altura y ser al menos igual de buena que el artefacto del hombre hormiga.
Así, cuando estaba a punto de darse por vencido, encontró la clave para hacer un brazalete en un libro que hablaba de cosas futuristas y científicas. Con ayuda de sus padres, que eran ingenieros y le apoyaban en todo, Teodoro pudo al final construir su brazalete. Estaba realmente feliz con su brazalete casi espacial, y eso hizo que mientras lo construía se olvidase de incluir el botón para volver a su estado original una vez cambiado el tamaño. Pero no importaba, pues cuando se dio cuenta del error le quitó importancia: “¿quién iba a cansarse de ser alto?”.
Así las cosas, una mañana de domingo Teodoro probó su invento en el patio, y en un parpadeo su cuerpo se hizo tan alto que podía mirar hasta el mismísimo tejado de su propia casa. “Vaya, hay que cambiar algunas tejas”, dijo Teodoro, casi sin darse cuenta de su nuevo aspecto. Aquel domingo, tras su cambio, todo fue diversión. En vez de ir al parque en coche con sus padres, Teodoro fue caminando, actividad que le llevó tan solo un par de minutos por su nueva gran zancada. Eso sí, no pudo correr demasiado por miedo a pisar a alguien, pero aun así se divirtió mirándolo todo. Además, Teodoro hizo volar una cometa azul y se asomó al cielo para adivinar las divertidas formas de las nubes.
Pero no todo fue bueno, porque Teodoro se sintió solo y abandonado en su nuevo hogar. No conocía a nadie y no sabía cómo hacer amigos. Además, extrañaba mucho a su familia y amigos en su ciudad natal. Se sentía triste y deprimido, y no encontraba consuelo en nada.
Un día, Teodoro decidió dar un paseo por el parque cercano a su casa. Mientras caminaba, notó a un grupo de personas que parecían estar pasando un buen rato. Se acercó para ver de qué se trataba y descubrió que era un grupo de personas que se reunían para hacer ejercicio juntos. Decidió unirse a ellos y, después de un rato, se sintió más animado y lleno de energía.
Con el tiempo, Teodoro se unió a más grupos en el parque y comenzó a hacer amigos. Descubrió que había muchas actividades interesantes que hacer en la ciudad y que podía disfrutar de su tiempo libre de muchas maneras. Además, su trabajo comenzó a ir mejor y empezó a disfrutar de su nueva vida en la ciudad.
En resumen, aunque al principio Teodoro se sintió solo y deprimido en su nuevo hogar, con el tiempo logró superar sus sentimientos negativos y construir una nueva vida llena de amigos y actividades interesantes. Aprendió que, a veces, es necesario salir de nuestra zona de confort para descubrir cosas nuevas y emocionantes en la vida.
9. Los 3 cerditos (Joseph Jacobs)
Había una vez tres hermanos cerditos que vivían en el bosque. Como el malvado lobo siempre los estaba persiguiendo para comérselos, dijo un día el mayor: “Tenemos que hacer una casa para protegernos del lobo. Así podremos escondernos dentro de ella cada vez que aparezca por aquí”. A los otros dos les pareció una buena idea, pero no se ponían de acuerdo respecto a qué material utilizar. Al final, y para evitar discutir, decidieron que cada uno la hiciera de lo que quisiera.
El más pequeño optó por utilizar paja, para no tardar mucho y poder irse a jugar después. El mediano prefirió construirla de madera, que era más resistente que la paja y tampoco le llevaría mucho tiempo hacerla. Pero el mayor pensó que lo mejor era hacer una casa resistente y fuerte con ladrillos, aunque tardara más que sus hermanos. “Además, así podré hacer una chimenea con la que calentarme en invierno”, pensó el cerdito.
Cuando los tres acabaron sus casas, se metieron cada uno en la suya y entonces apareció el malvado lobo. Se dirigió a la casa de paja y llamó a la puerta: “Anda cerdito, sé bueno y déjame entrar”. Pero el cerdito se negó. “Pues soplaré y soplaré y la casita derribaré”, dijo el lobo, y empezó a soplar y a estornudar hasta que la débil casa se vino abajo. El cerdito echó a correr y se refugió en la casa de su hermano mediano, que estaba hecha de madera.
“Anda cerditos, sed buenos y dejadme entrar”, dijo el lobo. Pero los dos cerditos se negaron. “Pues soplaré y soplaré y la casita derribaré”, dijo el lobo, y empezó a soplar y a estornudar de nuevo. Aunque esta vez tuvo que hacer más esfuerzos para derribar la casa, al final la madera acabó cediendo y los cerditos salieron corriendo en dirección hacia la casa de su hermano mayor.
El lobo estaba cada vez más hambriento, así que sopló con todas sus fuerzas, pero esta vez no tenía nada que hacer porque la casa no se movía ni siquiera un poco. Dentro, los cerditos celebraban la resistencia de la casa de su hermano y cantaban alegres por haberse librado del lobo: “¿Quién teme al lobo feroz? ¡No, no, no!”
Fuera, el lobo continuaba soplando en vano, cada vez más enfadado. Hasta que decidió parar para descansar y entonces reparó en que la casa tenía una chimenea.
¡Ja! ¡Pensaban que de mí iban a librarse! ¡Subiré por la chimenea y me los comeré a los tres! – pensó el lobo malvado.
Pero los cerditos le oyeron, y para darle su merecido llenaron la chimenea de leña y pusieron al fuego un gran caldero con agua.
Así cuando el lobo cayó por la chimenea el agua estaba hirviendo y se pegó tal quemazo que salió gritando de la casa y no volvió a comer cerditos en una larga temporada.
La moraleja de esta historia es que, aunque a veces puede parecer más fácil hacer algo rápidamente sin esforzarse demasiado, no siempre es la mejor opción. En cambio, si nos tomamos el tiempo y nos esforzamos por hacer las cosas de la mejor manera posible, los resultados serán más satisfactorios y podremos estar más seguros y protegidos frente a las dificultades de la vida.
FIN.
10. La garza y la zorra (Antonio Rodríguez Almodóvar)
En cierta ocasión, una garza y una zorra se hicieron amigas y se llevaban tan bien que la zorra decidió invitar a su nueva compañera de aventuras a comer. Al día siguiente, la garza llegó puntual a casa de su anfitriona y la zorra había preparado mazamorra, un postre típico de Argentina, elaborado con maíz, azúcar, leche y canela. Sin embargo, la zorra vertió el contenido sobre una piedra grande y lisa y la mazamorra, que era muy líquida, se desparramó. A pesar de la apariencia del plato, la garza apenas podía coger algún granito de maíz mientras la zorra comía hasta hartarse. El ave, que era muy inteligente, se dio cuenta de que la zorra había querido burlarse de ella y decidió pagarle con la misma moneda.
Una vez terminada la comida, la garza invitó a la zorra a su casa al día siguiente y le prometió preparar algo rico para las dos. La zorra llegó hambrienta y deseando probar el rico plato que su amiga había preparado especialmente para ella. La garza apareció con una miel espesa y dorada como ninguna, pero la había metido en una botella de cuello muy largo y la zorra no podía introducir la pata en ella para comer. En cambio, la garza metió su fino pico y saboreó con placer el delicioso oro líquido que contenía. La zorra se había creído muy astuta pero tuvo que aguantar la humillación de que otro animal la burlara.
Moraleja: “La empatía y el respeto son valores indispensables con los que debes vivir, nunca hagas a nadie lo que no te gustaría que te hicieran a ti.” FIN.