El renacimiento fue el movimiento artístico y cultural que se llevó a cabo entre XIV y XVI, especialmente en Italia, para después extenderse por el resto de Europa y el mundo, siendo la transición entre la edad media y la moderna. En el caso de la poesía renacentista, se caracteriza por enfocarse en lo antropomorfo, destacándose temas como la naturaleza, emociones, el amor imposible o platónico, la belleza femenina y el aspecto místico. Desde el punto de vista europeo se enfocan en la mitología griega, mientras que en América se destacan los temas religiosos, alejándose del politeísmo e inspirándose en un único Dios.
Algunos de los más conocidos poemas del renacimiento, son los que presentamos a continuación.
Ejemplos de poemas del renacimiento
1. “Ojos tristes” de Francesco Petrarca
Ojos tristes, en tanto que yo os lleve al rostro de quien muerte os da y tormentos os ruego estéis atentos que en mal mío os desafía Amor aleve. La muerte es sólo quien mi pensamiento cerrar puede el camino que lo adiestra al dulce puerto que sus males sana; se oculta en cambio a vos la lumbre vuestra con más pequeño y pobre impedimento, pues sois hechos de esencia más liviana. Y por ello, pues ya se halla cercana, antes que del llanto halléis la hora tomad al fin ahora a tan largo martirio alivio breve.
2. “A la tristeza” de Juan Boscán
Tristeza, pues yo soy tuyo, tú no dejes de ser mía; mira bien que me destruyo, sólo en ver que la alegría presume de hacerme suyo. ¡Oh tristeza! que apartarme de contigo es la más alta crueza que puedes usar conmigo. No huyas ni seas tal que me apartes de tu pena; soy tu tierra natural, no me dejes por la ajena quizá te querrán mal. Pero di, ya que esto en tu compañía: ¿Cómo gozaré de ti, que no goce de alegría? Que el placer de verte en mí no hay remedio para echarlo. ¿Quién jamás estuvo así? Que de ver que en ti me hallo me hallo que estoy sin ti. ¡Oh ventura! ¡Oh amor, que tú hiciste que el placer de mi tristura me quitase de ser triste! Pues me das por mi dolor el placer que en ti no tienes, porque te sienta mayor, no vengas, que, si no vienes, entonces vernás mejor. pues me places, vete ya, que en tu ausencia sentiré yo lo que haces mucho más que en tu presencia.
3. “A la vida retirada” de Fray Luis de León
¡Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido, y sigue la escondida senda, por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido; Que no le enturbia el pecho de los soberbios grandes el estado, ni del dorado techo se admira, fabricado del sabio Moro, en jaspe sustentado! No cura si la fama canta con voz su nombre pregonera, ni cura si encarama la lengua lisonjera lo que condena la verdad sincera. ¿Qué presta a mi contento sí soy del vano dedo señalado; sí, en busca desde viento, ando desalentado con ansias vivas, con mortal cuidado? ¡Oh monte, oh fuente, oh río! ¡Oh secreto seguro, deleitoso! Roto casi el navío, a vuestro almo reposo huyo de aquel mar tempestuoso. Un no rompido sueño, un día puro, alegre, libre quiero; no quiero ver el ceño vanamente severo de a quien la sangre ensalza o el dinero. Despiértenme las aves con su cantar sabroso no aprendido; no los cuidados graves de que es siempre seguido el que al ajeno arbitrio está atenido. Vivir quiero conmigo, gozar quiero del bien que debo al cielo, a solas, sin testigo, libre de amor, de celo, de odio, de esperanzas, de recelo. Del monte en la ladera, por mi mano plantado tengo un huerto, que con la primavera de bella flor cubierto ya muestra en esperanza el fruto cierto. Y como codiciosa por ver y acrecentar su hermosura, desde la cumbre airosa una fontana pura hasta llegar corriendo se apresura. Y luego, sosegada, el paso entre los árboles torciendo, el suelo de pasada de verdura vistiendo y con diversas flores va esparciendo. El aire del huerto orea y ofrece mil olores al sentido; los árboles menean con un manso ruido que del oro y del cetro pone olvido. Téngase su tesoro los que de un falso leño se confían; no es mío ver el lloro de los que desconfían cuando el cierzo y el ábrego porfían. La combatida antena cruje, y en ciega noche el claro día se torna, al cielo suena confusa vocería, y la mar enriquecen a porfía. A mí una pobrecilla mesa de amable paz bien abastada me basta, y la vajilla, de fino oro labrada sea de quien la mar no teme airada. Y mientras miserable- mente se están los otros abrazando con sed insaciable del peligroso mando, tendido yo a la sombra esté cantando. A la sombra tendido, de hiedra y lauro eterno coronado, puesto el atento oído al son dulce, acordado, del plectro sabiamente meneado.
4. “Coplas del alma que pena por ver a Dios” de San Juan de la Cruz
Vivo sin vivir en mí y de tal manera espero, que muero porque no muero. En mí yo no vivo ya, y sin Dios vivir no puedo; pues sin él y sin mí quedo, este vivir ¿qué será? Mil muertes se me harán, pues mí misma vida espero, muriendo porque no muero. Esta vida que yo vivo es privación de vivir; y así, es continuo morir hasta que viva contigo. Oye, mi Dios, lo que digo: que esta vida no la quiero, que muero porque no muero. Estando ausente de ti ¿qué vida puedo tener, sino muerte padecer la mayor que nunca vi? Lástima tengo de mí, pues de suerte persevero, que muero, porque no muero. El pez que del agua sale aun de alivio no carece, que en la muerte que padece al fin la muerte le vale. ¿Qué muerte habrá que se iguale a mi vivir lastimero, pues si más vivo más muero? Cuando me pienso aliviar de verte en el Sacramento, háceme más sentimiento él no te poder gozar; todo es para más penar por no verte como quiero, y muero porque no muero.
5. “Soneto” de Garcilaso de la Vega
Cuando me paro a contemplar mi’stado y a ver los pasos por dó me han traído, hallo, según por donde anduve perdido, que a mayor mal pudiera haber llegado; más cuando del camino’stó olvidado, a tanto mal no sé por dó he venido; sé que me acabo, y más he yo sentido ver acabar conmigo mi cuidado. Yo acabaré, que me entregué sin arte a quien sabrá perderme y acabarme sí quisiere, y aún sabrá querello; qué pues mi voluntad puede matarme, la suya, que no es tanto de mi parte, pudiendo, ¿qué hará sino hacedlo?
6. “Un poema, una canción” de Antonio de Villegas
¡Oh ansias de mi pasión; dolores que en venir juntos habéis quebrado los puntos de mi triste corazón! Con dos prisiones nos ata el amor cuando se enciende: hermosura es la que prende, y la gracia es la que mata. Ya mi alma está en pasión; los miembros tengo difuntos en ver dos contrarios juntos contra un triste corazón.
7. “Soliloquio tercero” de Lope De Vega
Manso Cordero ofendido, puesto en una Cruz por mí, que mil veces os vendí, después que fuisteis vendido. Dadme licencia, Señor, para que, deshecho en llanto, pueda en vuestro rostro santo llorar lágrimas de amor. ¿Es posible, vida mía, que tanto mal os causé, que os dejé, que os olvidé, ya que vuestro amor sabía? Tengo por dolor más fuerte, que el veros muerto por mí, el saber que os ofendí, cuando supe vuestra muerte. Que antes que yo la supiera, tanto dolor os causara, alguna disculpa hallara, pero después, no pudiera. ¡Ay de mí, que sin razón pasé la flor de mis años, en medio de los engaños de aquella ciega afición! ¿Qué de locos desatinos por mis sentidos pasaron, mientras que no me miraron, Sol, ¡vuestros ojos divinos! Lejos anduve de Vos, hermosura celestial, lejos, y lleno de mal, como quien vive sin Dios. Más no me haber acercado antes de ahora, sería ver que seguro os tenía, porque estábades clavado. Que a fe que si yo supiera que os podías huir, que yo os viniera a seguir, primero que me perdiera. ¡Oh piedad desconocida de mi loco desconcierto, que adónde Vos estáis muerto, esté segura mi vida! ¡Pero qué fuera de mí, sí me hubiereis llamado en medio de mi pecado al tribunal que ofendí! Bendigo vuestra piedad, pues me llamáis a que os quiera, como si de mi tuviera vuestro amor necesidad. Vida mía, ¿Vos a mi en qué me habéis menester, sí a Vos os debo mi ser, cuanto soy, y cuanto fui? ¿Para qué puedo importaros, sí soy lo que Vos sabéis? ¿qué necesidad tenéis? ¿qué cielo tengo que daros? ¿Qué gloria buscáis aquí? pues sin Vos, mi bien eterno, todo parezco un infierno, ¡mirad cómo entráis en mí! Pero ¿quién puede igualar a vuestro divino amor? como Vos amáis, Señor, ¿qué Serafín puede amar? Yo os amo, Dios soberano, no como Vos merecéis, pero cuanto Vos sabéis que cabe en sentido humano. Hallo tanto que querer, y estoy tan tierno por Vos, que, si pudiera ser Dios, os diera todo mi ser. Toda el alma de Vos llena me saca de mí, Señor, dejadme llorar de amor, como otras veces de pena.
8. “Al salir de la cárcel” de Fray Luis de León
Aquí la envidia y mentira me tuvieron encerrado. Dichoso el humilde estado del sabio que se retira de aqueste mundo malvado, y con pobre mesa y casa, en el campo deleitoso con sólo Dios se compasa, y a solas su vida pasa, ni envidiado ni envidioso.
9. “Ojos claros, serenos” de Gutierre de Cetina
Ojos claros, serenos, si de un dulce mirar sois alabados, ¿por qué, si me miráis, miráis airados? Si cuanto más piadosos más bellos parecéis a aquel que os mira, no me miréis con ira porque no parezcáis menos hermosos. ¡Ay, tormentos rabiosos! Ojos claros, serenos ya que así me miráis, miradme al menos.