7 Historias de Misterio cortas

Las historias de misterio siempre son la mejor opción para acabar con el aburrimiento, la intriga siempre pone nuestra imaginación a volar. En este artículo te mostramos 7 Historias de Misterio cortas.

¿Quién no recuerda la primera película de misterio vista o la primera película de terror? Muchas de ellas grandes clásicos que han inspirado a otras historias, e incluso a nosotros mismos, a idear tramas, argumentos y fantasías. Estas historias han sido las grandes protagonistas de libros, películas y videojuegos, pero aquí te mostramos algunas historias que seguramente te gustarán.

7 Historias de Misterio cortas

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Una típica casa embrujada

Esta tarde decidí regresar por un camino que no frecuentaba desde hacía varios años. Cuando era niño recuerdo que evitaba a toda costa pasar frente a “esa” casa. Todos tenemos algún recuerdo de una “esa casa”, que nos daba terror. Pero aquella casa no es que fuese una casa normal, es que era por completo una típica casa de terror. Siempre inventaron historias sobre los dueños, pero en realidad nadie recuerda haberlos visto, así como nadie recuerda a un habitante de esa casa jamás. Esa tarde paseaba de regreso y llovía, llovía tanto que tuve que desviarme por la calle con más árboles de la acera. Por algún extraño motivo me detuve frente a esa casa al ver por la ventana a un gato hermoso. Fue mala idea pensar que quizás podría llevármelo a casa, primeramente porque quizás ese gato no quisiese ir conmigo, o me mordería, o sencillamente saldría corriendo. Tuve razón en una sola cosa, el gato salió corriendo dentro de la casa y no lo vi más. Pero ya estaba ahí, ya me encontraba dentro de la casa. La casa a la que aparentemente nadie se le ocurrió entrar.

Decidí que estando adentro no valdría la pena irse sin echar un vistazo. Recorrí las habitaciones (antiguas pero sin nada especial), recorrí los baños (con un olor a óxido desagradable), y llegué a la cocina. Lo primero que llamó mi atención era la nevera. Era gigante, cubierta con unas puertas de madera, lo que seguramente para la época, fue todo un lujo. No resistí las ganas de abrirla y caminé directo hacía ella, pero por dentro no era una nevera típica, sino una antigua alacena refrigerada. Lo que más llamó mi atención fue una puerta interna, que obviamente me dirigí a abrir. Mi mayor sorpresa fue darme cuenta que aquella puerta dirigía a un estrecho pasillo que descendía probablemente por debajo de la casa contigua. Seguí caminando por 5 minutos y el pasillo no terminaba. Cuando llegué a los 10 minutos caminando el miedo comenzó a apoderarse de mí, pero fue peor pensar en regresar, así que mi mejor opción era seguir adelante hasta llegar a la salida. ¿Pero qué encontraría allí? No lo pensé en ningún momento mientras caminaba, porque me dominaba una extraña necesidad de seguir. Caminé y caminé siempre hacía el frente aunque dejaba atrás algunos caminos abiertos. Seguí hasta que percibí lo que parecía una puerta. No dudé un segundo en abrirla pero la sensación de pánico me trancó la garganta en cuanto crucé la puerta. Estaba allí, en la sala de la casa, como si jamás me hubiese ido. La sala seguía abandonada con su pasividad mortecina y lúgubre. Por un momento me quedé paralizado en el mismo lugar, desperté de ese trance quizás cinco segundos después cuando la adrenalina me empujó de un disparo hacia la salida.

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Nieve en verano

Mi pesadilla comenzó cuando me quedé bebiendo una coca-cola en vez de ir directamente hasta mi casa. Suena estúpido, pero ese pequeño suceso cotidiano cambió mi vida. Mientras tomaba mi coca-cola en un pequeño puesto que estaba fuera de un centro comercial, un frío glacial repentino me paralizó los dedos. Cualquier persona pensaría que es solo una historia tonta sobre una lata de refresco, pero todo se tornó bastante serio en cuestión de segundos cuando el registrador de la caja cayó tendido en el suelo. Parecía un infarto, pero el dolor que sentí no me dejó pensar lo suficiente como recordar las clases de primeros auxilios. Como pude me fui levantando del suelo que sin haberme dado cuenta, estaba de rodillas. No era el único que se encontraba así ya que a mi alrededor solo habían personas tumbadas y sonidos de quejidos. Solo pensé en ir a mi casa, así que me fui arrastrando hasta llegar al primer coche que tuve cerca.

Para mi buena suerte el coche tenía las llaves puestas, lo malo, es que la dueña yacía muerta sobre el volante. Mientras empujaba a aquella mujer, pensaba en lo ilógico que era lo que estaba ocurriendo. En una tarde soleada y calurosa de junio, ¿cómo era posible que todos cayeran congelados? Manejé hasta llegar a la carretera vieja que conectaba con mi casa, pero me sorprendí al ver que una montaña de nieve había tapado por completo el camino. Nada tenía sentido, pero mi ansiedad crecía a medida que encontraba más obstáculos para llegar. Me bajé del coche para seguir caminando, pero lo que no percaté era que mis sandalias de playa quizás no fuesen las más adecuadas para mi travesía. Me fijé muy tarde cuando crucé el asfalto y dejé de sentir mis pies. No sé en qué momento perdí mis sandalias, pero podría decirse que ya no me quedaba piel. Mi ansiedad por ir a mi casa superó cualquier miedo por quedarme sin piel en mis pies, así que seguí, como si no tuviese rumbo pero con la seguridad de estar cerca.

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Caminante nocturno

En mitad de noche espesa, siempre se supo del caminante nocturno. No era un fantasma, no era un espectro, era un hombre real que aparecía cuando la niebla ascendía por el suelo. Muchos lo llegaron a ver cuándo la lluvia nocturna abría la niebla. Se sabe que fue vislumbrado desde épocas antiguas, donde aún las habitaciones eran alumbradas por velas. El caminante nocturno llevaba a rastras las penas y el ahogo de no tener un rumbo. Los niños mentían cuando escuchaban sus cadenas, porque sus pasos siempre fueron silenciosos. La historia del caminante nocturno no es lo que tú y yo podemos imaginar.

Todo comenzó una noche de abril cuando Ádrian salió tan tarde de su trabajo que no alcanzó la puesta de sol. Creyó que todo iba bien en el camino pero en medio de la neblina se desvió del camino. Siguió andando pero se perdió en sus pasos.

El hotel del caribe

El hotel del caribe era un impresionante hotel que recibía a cientos de turistas en verano. Todo iba de maravilla hasta que un suceso lo cambió todo. Una mañana común, unos turistas encontraron una trágica escena. En una de las tumbonas yacía muerta una famosa actriz de teatro. La mujer había sido envenenada por una persona misteriosa que la había seguido desde su país de origen, o eso se creía. El hotel siguió recibiendo visitas de turistas hasta que los extraños eventos comenzaron a suceder con más frecuencia. La muerte de la actriz atrajo una oleada de sucesos paranormales que los dueños intentaron ocultar con esmero.

Nunca se supo quién fue realmente la persona que pudo cometer aquel crimen contra la actriz, cuya alma clamaba por justicia. Julian era quien la veía con más frecuencia, saliendo de la playa a mitad de la noche en penumbra, cantaba en los jardines sin que las olas silenciaran su voz, hasta que un día no pudo más y comenzó la investigación que cambiaría su vida.

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Una gasolinera paranormal

Durante mi viaje me detuve en la gasolinera para llenar el tanque. La apariencia de la gasolinera era normal. Recuerdo que sonaba una canción de verano que nunca recuerdo el nombre, pero que me encantaba. Entré para pagar pero no encontré al cajero, tampoco vi que había ningún tipo de trabajador. La gasolinera estaba abierta por lo que esperé un largo rato a que aparecieran los dueños. Me cansé de tanto esperar y decidí irme, pero apenas llegué a la puerta sucedió algo extraño. La puerta estaba trancada con llave, intenté de varias maneras pero la puerta no abría. Era imposible que alguien la trancara por dentro porque no había nadie dentro de la tienda. No supe lo que era desesperación hasta que me di la vuelta y la tienda estaba destrozada.

No supe cómo ni cuándo, pero la tienda no era la tienda. Las paredes lloraban humedad, como si los años y el abandono hubiesen pasado una larga factura. Yo estaba allí, sentada en un banco y llorando, porque la puerta seguía cerrada por dentro.

Atravesando un cementerio

Recuerdo mi primer viaje de visita a un paciente. El carruaje viajaba de noche hacía un pueblo que quedaba molestamente lejos. El frío atravesaba las rendijas de la puerta y empeoraban el dolor que causaba en los huesos. Después de varias horas de viaje, tuvimos que detenernos en medio de un cementerio por el cual solo podíamos pasar caminando. Lo primero que sentí cuando me bajé fue la sensación de la tierra húmeda y fría en mis pies. Aunque llevaba botas, la humedad de la lluvia atravesó la piel hasta que dejé de sentir los dedos. El cementerio de noche se veía peor de lo que hubiese podido imaginar. Pero lo peor no fue atravesar ese espantoso cementerio, lo peor fue lo que vino después. Mientras que esperaba que el carruaje llegara para continuar el camino, me antojó entrar a un pequeño restaurante para buscar algo caliente mientras mis botas se secaban. Para mi mala suerte la sopa que había pedido estaba añeja, lo que me mandó al inodoro de inmediato.

Sentado en aquella incómoda situación no evité escuchar por la ventanilla  lo que hablaban dos hombres desconocidos para mí. La intención de ambos era culminar con un asesinato que no podía esperar más, aquel lamentable crimen iba a perpetrarse para incriminar a una joven esposa que estaba a punto de recibir una muy suculenta herencia. La intención era inculpar a la susodicha del asesinato para evitar que pudiese recibir el dinero de los futuros bienes. En mi perplejidad no pude cortar lo que seguía escuchando de la conversación. Escuché los pormenores y la frialdad de los sucesos, una daga por la espalda sería suficiente para alarmar a cualquier juez. La conversación lo único que logró fue aumentar mi malestar, así que decidí levantarme para salir de aquel lugar tan grotesco, pero justamente antes de abandonar el sitio, uno de los hombres le preguntó al otro “¿y dónde está el doctor?”.

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La granja

En la pequeña granja de mi familia todo era normal. Una mañana amanecimos con una plácida llovizna que refrescó las últimas tardes de verano que nos quedaban. Estuve mirando por la ventana como se asomaba el sol a través de las nubes que ya pintaban de gris. Mi familia viajaría esa misma mañana a la ciudad para resolver algunos asuntos bancarios. Yo preferí la tranquilidad que me daban estas recientes vacaciones del trabajo del campo.

Ya había pasado una hora desde que mi familia había partido de viaje, cuando un relámpago golpeó con fuerza uno de los árboles que daban a la ventana. Quedé ciega alrededor de 3 minutos mientras los oídos aún me zumbaban. Fui recuperando la visión y vi la sombra de lo que parecía una mujer mirando entre los arbustos, creí firmemente que era solo un efecto visual del momento y preferí dejarlo pasar. Cogí mi taza de café y regresé a la habitación para seguir con mi descanso. No recuerdo cuando me quedé dormida, pero al despertar me sacó del sueño un vidrio roto que estaba al lado de mi cama, atravesando mi pie dejándome una dolorosa astilla que en definitiva sería muy difícil de retirar. No hay manera que semejante vidrio estuviese al lado de mi cama, pero llegue cojeando hasta el baño para intentar retirar lo que quedó de la estaca. Por fin pude retirarla, pero aun estando en el baño una de las ventanas de la sala estalló de un golpe. Allí estaba yo, sola, adolorida, y sin poder caminar. La mujer no era producto de mi imaginación, estaba en dentro de la casa.

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Estudiante de medicina de la Universidad de Los Andes.

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